Caminas. Pierna izquierda adelante, ahora la derecha. Te esfuerzas, primero, en mimar cada paso: es único. Éste también lo es. Y el siguiente. Hasta que te aburres de tantos cuidados y abandonas la individualización. Ahora no son más que trámites de tu andar. Tuyo, porque hay otros. Cada uno a su modo, con sus pasos, sus caprichos. Así que intentas apreciar las diferencias para no confundirte. Tú; éste; ése; aquél, que se acaba de convertir en ése, éste, tú. Pero tanto bucle te aburre y abandonas, de nuevo. Ahora tu andar es un trámite del movimiento, que gira en ángulo constante arrastrado de una inercia antigua, futura, quizás eterna. Y tú con él. Todo a un tempo. Sin cambios.
Dices que caminas, pero nada se mueve.