lunes, 31 de mayo de 2010
ERES...
Cuando logró entender lo que le había dejado escrito, cuando le dio sentido a esas 4 letras que tantas veces le repitió
[…]
jueves, 27 de mayo de 2010
Exámenes
Lía
miércoles, 19 de mayo de 2010
216
[Espacios en blanco]. Abrazos. Alfaro. Amar. Aprender. Bancos. Café. Cervezas. Crecer. Despedidas. Distancia (finita). Escuchar. Estrellas. Fe. Fotos. Fuerza. Isla. Locura. Madres. Miradas. Musicalidad. Orgullo. Reencuentros. Semper Fidelis. Silencio. Sol. Sonrisas. Tú. Universidad. Voluntariado
¿216 caracteres son capaces de definir a una persona? No lo creo, pero al menos lo intenté. ¿Os atrevéis a definiros con 216 de vuestros pedazos?
domingo, 16 de mayo de 2010
Tengo una mandarina
Pero llegó el momento y no pudo pagar el billete. Todo se derrumbó. Estaba en una isla, una cárcel, la peor de todas: su casa. En las ventanas, barrotes. En las puertas, peaje. En el sótano, fantasmas. Quiso tener cierto dominio sobre la situación, así que se encerró en su cuarto. Al ritmo de las horas se enfrentaban hambre y apatía. Ya no quedan suelas de zapatos. De repente, un brillo. En el perchero había madurado un fruto, que ahora rodaba a sus pies. Al menos tengo una mandarina, sonrió. Una brisa, la ventana abierta. Y con ella, el horizonte. Parpadeó ante la luz que desvelaba la realidad de su dormitorio: estoy rodeada de principio. Entonces supo que lo poseía todo.
Lía
jueves, 13 de mayo de 2010
Ojos que no son de este mundo
Sucedió todo muy rápido. El paseo nocturno, un desconocido, una mirada (otra más, pensó), cerrar los ojos y sentir un golpe. La calma durante la tormenta.
Cuando su madre se derrumbó al oír que estaba ingresado no sabía que nunca podría oírle decir cuanto la quería y agradecía sus cuidados. Todo se acabó con la noticia última: Síndrome de cautiverio.
En ese momento lo miró con todo el amor que solo ella podía albergar a esa parte de su ser que se encontraba atada a la cama. Vio sus ojos, que ella siempre creyó que no eran de este mundo, y en ellos solo pudo ver reflejada su esperanza por volver a sentirse abrazada por su hijo.
Fue en ese momento fugaz, lo que dura una mirada (¿otra más?), cuando ella quiso creer. Una sonrisa.
domingo, 9 de mayo de 2010
Apariencias
Hace sol. La acera quema un poco, pero se está bien. Siempre los espero aquí, sentada. ¡Tardan tanto…! El colegio de los niños queda lejos y el tráfico a estas horas es tremendo. ¡A saber dónde han aparcado! Menos mal que siempre llevo conmigo esta foto de los cuatro, me distrae. Además la casa sale muy elegante, y limpia. Se nos ve tan felices… La hicimos el año pasado, el día de la madre. Me regalaron un perfume y ese ramo de flores silvestres, las cogieron del jardín. Luego me invitaron a cenar… ¿adónde? Fuimos en coche, de eso me acuerdo. Y después… después… ¿Por qué tardan tanto? Ya no me gusta esta acera. Hace sol. Quizás debería ir a buscarlos… No, no, mejor espero aquí. Se habrán parado a comprar agua. Sí, debe de ser eso. Tendrán sed, yo al menos tengo mucha sed. Demasiado sol. ¿Dónde está mi foto? Aquí. ¡Qué felices salimos! Pero, ¿dónde cenamos? No importa, no importa… Ya llegan, seguro. Sólo tengo que esperar. Un poco más. Sólo un poco. Pero hace sol. La acera quema. ¡Y tengo tanta sed…!
¡Vaya día! Tanta reunión me mata. Mi presentación ha sido un éxito, desde luego. Lejos de la mediocridad de mi jefe. Pronto ocuparé su puesto. Pero ¡qué calor! ¡Aire acondicionado en las calles ya! Y, ¿esa señora? Ah, la borracha de siempre. Qué pesada con su “sed”. Y dicen no sé qué de un accidente de coche en el que lo perdió todo, menos la esperanza. Ya, y la decencia. La gente se lo cree todo. ¡Qué calor!
Lía
sábado, 8 de mayo de 2010
Positivismo
Nació, creció y a duras penas se relacionó en su tierna infancia. Siempre creyó que estaba destinado a hacer grandes cosas con su vida y a marcar un punto de inflexión en la historia, pero simplemente no se estimuló lo suficiente para conseguirlo antes de los 10 años. Adiós cohete a la luna.
La difícil adolescencia para él fue otro examen sin papel que superó ocultando sus fracasos, pero también sus éxitos. Si no era capaz de aceptar una derrota, no se merecía abrazar la victoria. Masoquismo emocional lo llamaron los pobres encefalogramas planos con más conocimiento que sentido común en sus abolladas cabezas.
Su época universitaria fue esplendorosa. No era un estudiante modélico, no siguió el camino impuesto por las clases, si no el de las personas. Un café a tiempo era más importante que una clase. Este era su pensamiento, él no necesitar leerse tratados literarios infalibles para convertirse en un pico de oro. No era su meta, tenía mas ambiciones de las que mostraba, mucho más allá del casa-coche-mujer y a esperar sentado a que la amiga de la guadaña llegase a llevárselo.
No era la mejor persona del mundo, pero tampoco la peor. Siempre creyó jugar en un tablero que había diseñado, dejando margen a la improvisación, pero sin pasarse. Arriesgarse no iba con él, pero no sabía que hay momentos en los que tienes que saltar al vacío sin saber si tienes que nadar o volar.
No sabía cantar, ni bailar, ni decir las constelaciones, ni consolar a una persona que llora más que con frases manidas. No era un sabio ni un ignorante, le gustaba navegar entre lo que consideraba normal y otros la locura, con opciones a mejorar pero sin permitirse empeorar.
Él era un chico azul.
Ajedrez
Todavía recordaba la agilidad con que sus manos curtidas tallaban las piezas, la atención que ponía en cada una de ellas para dejar impreso su carácter único. La ligereza del caballo, la agresividad del peón, la evanescencia del rey… nunca eran iguales. Cada tablero era un nuevo campo de batalla. La única constante era el jugador. Él era quien gobernaba el destino de su creación. Pero un fatídico día la pereza y la avaricia se aliaron y decidió fabricar en serie.
Las piezas se sucedían tan rápidamente que la materia prima estuvo a punto de agotarse. Así que, para poder seguir produciendo, decidió mezclarla con otra al 50%, con lo que el ritmo de gasto se reduciría a la mitad. Tan sólo encontró un proveedor que suministrara una materia similar. La diferencia era vital: la nueva mercancía, al contrario de la que acostumbraba a dominar, estaba dotada de cierta autonomía. De modo que el producto final poseería dos caras contradictorias y el tablero, dos enfrentamientos paralelos. Lejos de preocuparle, se le antojó divertido.
Existía la posibilidad de que el rostro despierto venciera en una pieza. La adquisición de una total independencia permite ignorar las órdenes del jugador. No obstante, razonó, la libertad en el tablero no es rentable. En medio de una guerra, para vivir se debe obedecer, seguir las normas que aseguran la victoria. Y una pieza nunca se plantea qué utilidad tiene ganar, en pleno combate siempre la domina el instinto de supervivencia. Es absurdo pensar en el suicidio de un peón.
Y, contra todo pronóstico, ocurrió. A punto de llegar a un cambio de pieza, el peón se negó a moverse y una encarnizada reina no dudó en comérselo. La partida siguió con fingida normalidad, pero las piezas intercambiaban calladas miradas de incomprensión. Finalmente, la pregunta del alfil rasgó el silencio: “¿Por qué, teniendo asegurada su continuidad mediante la metamorfosis, ha decidido morir?”. “¡Cobardía!”, sentenció la reina. Le temblaba el pulso. “Creo” expuso con tranquilidad el caballo “que no le encontraba sentido a lo que hacía, se sentía vacío. Lo único que le quedaba era él mismo. Y estaba a punto de perderse.”
Ante la terrible perspectiva del caos en su tablero, el jugador actuó rápidamente. Paralizó toda la producción de la fábrica: debía resolver el problema de raíz. Tras varios cálculos y cavilaciones, añadió una nueva sustancia a la mezcla que conseguiría que las nuevas piezas sospecharan en su vida la existencia de un sentido.
Funcionó bien, al menos al principio. Después de un tiempo, un rey se dejó morir, no sin antes pronunciar estar palabras: “Veros morir mientras huyo en soledad es el precio que tengo que pagar por el éxito. Si ese es el sentido de mi vida, ya no la quiero.”
La fábrica se detuvo el tiempo justo para añadir otro elemento a la fórmula. Las piezas de la nueva serie no sólo creían que su vida pudiera tener sentido, sino que lo “sabían”. Como al jugador no se le ocurrió ninguno que pudieran aceptar todas ellas (se estaba percatando de lo caprichosas que podían llegar a ser) decidió que no lo conocerían hasta el momento de su muerte y con la condición de retrasar ésta lo máximo posible comportándose correctamente en vida. Sólo entonces, una vez cumplidos todos sus deberes, obtendrían la recompensa final. “Sabían” que si actuaban por cuenta propia no harían más que perder tiempo y premio. El jugador sonrió satisfecho mientras contemplaba su Creación.
Lía
viernes, 7 de mayo de 2010
Crítica Woody Allen
Cuando oí las palabras “ciclo Woody Allen” un escalofrío me recorrió la espalda. Nunca fui muy dado a alabar a los iconos preestablecidos por el tiempo y la sociedad, en parte por mis prejuicios a idolatrar a personajes que mucha gente sigue por ser guay (perdón, cool queda mejor), entre los que se encuentra (o encontraba) Woody Allen y su cine.
Mis anteriores contactos con el cine del neoyorquino habían sido “La maldición del escorpión de Jade” (ni recuerdo de que iba) y una patética e infumable “Vicky Cristina Rollocelona”, así que los precedentes no eran demasiado halagüeños.
Primer intento. Annie Hall. Pulso el Play y BANG! Una película ágil y divertida, una disección de las relaciones de pareja con gags muy originales y divertidos y permitiéndose una moraleja final. Chapeau por el retaco escondido tras sus eternas gafas, me había conseguido callar. Esto si es el tan cacareado cine de Woody Allen, esto si merece la pena, esto si es una comedia a ratos, genialidad a tiempos marcados.
Segundo asalto. Manhattan. VO, blanco y negro. La cosa va por buen camino. Y dos de dos, Mr Allen. Con su tono marca de la casa va trazando una historia de amores y desamores que se mezcla con esos chistes y frases ingeniosas, que incluye referencias culturales para que poco después las desgranes en el buscador de turno, y deja patente quien es su amor de verdad, la ciudad de Nueva York, eterna protagonista en sus películas, invisible en los créditos. ¿Al nivel de Annie Hall? Supongo que en mi escala personal las pondría al mismo nivel.
Llega la joya de la corona. La película que conseguiría que me levantado a aplaudir en los créditos si la hubiese visto en el cine. Ladies and gentleman, Desmontando a Harry. O mejor dicho, análisis profundo de una persona en una hora y media. ¿Qué tiene esta película? Todo: los chistes y frases son más mordaces e irónicas que nunca, las reflexiones sobre uno mismo, el hombre desenfocado,… Sería mejor preguntarse que no tiene, pero para eso también hay respuesta: 30 minutos más de película para poder seguir disfrutando de verdadero cine. Si solo hubieses hecho esta película, para mí esa estatua en Uría seguiría siendo merecidísima.
Y ya por ultimo la película más actual de este ciclo, Misterioso asesinato en Manhattan. Un desarrollo original sobre un asesinato (¿o no?) y la peculiar búsqueda de la verdad de la mano de una intrépida Diane Keaton (para mí gana con los años esta mujer, he dicho) y un neurótico Woody que con el paso de la película gana en protagonismo y gracia. Pese a todo, de las cuatro películas expuestas es la que peor parada sale, quizás porque el resto de películas son “titanes de la filmografía” como diría algún crítico con ganas de tirar de topicazos. Aun así, recomendable para esas tardes que no tienes nada que hacer (o no hay ganas de hacer nada).
Como conclusión añadir que el señorito de metro y medio (aproximadamente), exitoso con las mujeres (al menos en sus películas) y terriblemente gracioso a su manera (el estilo Woody Allen, tienes que verlo para creerlo) ha conseguido quitarme los prejuicios sobre su cine, y eso vale mucho mas que todas las buenas puntuaciones que le puedan poner a sus películas en cualquier periódico o revista. Que bonito es poder callar bocas, ¿verdad Woody? Y que satisfactorio es poder abrirla para poder expresar otra vez que has hecho que me tenga que quitar el sombrero (cuando lo compre).
Isma
Gestos
Hace un par de días, estaba con ese mismo amigo en unos bancos. Discutíamos sobre temas trascendentales, concretamente sobre
Al día siguiente, mientras planeaba con una amiga infinitos viajes de ayuda, cambios e innovaciones con repercusión mundial, un hombre nos devolvió a la calle Uría. Según él, acaba de salir de comisaría, donde había recibido la mínima colaboración de los agentes, y necesitaba un poco de dinero para coger un bus a Gijón. Hasta ahí todo bien, era más que evidente la mentira. Una leve negación con la cabeza o la total indiferencia hubieran servido para seguir adelante con nuestros volátiles proyectos. Pero había algo en su mirada, en la cansada elaboración de su historieta infinita o tal vez en los charcos al pie de las tiendas, algo sucio y gastado quizás, que movió mi mano a rescatar una moneda solitaria en mi cartera para que acompañara a las de aquel hombre. Y así, como quien ve pasar escenas de su vida en el momento final, a mí se me sucedieron imágenes de gentes de bien, de posibles y horribles futuros a evitar: señoronas que compran porteros por un euro a la salida del súper, conductores que en los semáforos dejan ensuciar su parabrisas para limpiar su conciencia, padres que dan lecciones de caridad a sus hijos pagándole los vinos al mendigo…
La reacción de mi amigo no es la que esperaba. Le resta importancia al asunto, tildándome de exagerada, y cierra el tema con un “hay veces que no se puede evitar sentir pena.” Aburrida y cansada, como mi pobre, no insisto más. Sí, puede que sea cierto y haya gente que en determinados momentos nos dé pena. Quizás aquellos de quien menos sospechamos.
Lía
jueves, 6 de mayo de 2010
Caminos
¡no desesperes!
Busca el sur, y cuando lo encuentres,
date la vuelta y sigue caminando.
Inglesadas de andar por casa
Actualmente, es común ver en las noticias o leer en los periódicos que el nivel de inglés de los españoles en muchos casos roza el ridículo. Nosotros, que presumimos de ser una potencia mundial, no sabemos chapurrear el idioma universal actual y, lo peor de todo, no le ponemos remedio. ¿Triste? Muchísimo. ¿Solución? Desde luego no se encuentra en la filosofía de “toros, fútbol, abajo lo que no conozca”.
En materia de educación, puede ser cierto que se den ciertos pasos en estos últimos años, por ejemplo, al implantar la asignatura de Inglés en niños cada vez más pequeños, pero esa no es la solución a una sociedad anclada en un conformismo que en muchos casos apesta. La gente que haya acabado sus estudios y que, sin embargo, no conoce más idioma que el materno, en un mercado laboral tan difícil como el de estos días, lo tendrá muy crudo para encontrar algo. Y viviendo en un mundo tan globalizado como el que nos venden, el conocimiento de otro idioma es casi vital. Y la resolución al problema no se encuentra en academias de inglés express (el inglés en 1000 palabras… me río yo) o en esperar a que cambien los tiempos y el español sea el idioma universal (algún ingenuo habrá que lo piense). Es necesario un cambio radical a todos los niveles, un cambio en la mentalidad de la gente.
Yo, como quiero y puedo, propongo soluciones de andar por casa para, minimamente, educarnos en el “language”. Por ejemplo, la posibilidad, ya que tenemos TDT y mil inventos modernos, de ver series y películas en versión original con subtítulos, para educar el oído y la mente. En esta línea no estaría mal que los cines reservaran una o dos salas para pasar películas en versión original. No digo que acabemos con el (loable en muchas ocasiones) trabajo de los dobladores, ya que en España ahora mismo creo que eso sería una debacle nacional, pero si se trata de dar oportunidades a todo aquel que quiera disfrutar de una película y, de paso, aprender. Siguiendo con las soluciones, la posibilidad de acceder a libros en otros idiomas debería estar más facilitada, no encontrarse recluida en un rincón de las librerías (pese a que comercialmente sea lo óptimo).
Y, por encima de todas estas soluciones, hace falta un cambio de actitud de 180 grados, un carácter que incluye menos mirarse el ombligo y creerse el centro del mundo y más ganas de aprender y ampliar horizontes. Pero esto queda en las manos de las nuevas generaciones y su capacidad para seleccionar en el DVD el idioma en el que quieran ver la ultima película de dibujos animados que los Reyes les traigan. Falta, como en muchas ocasiones, la fuerza de voluntad. Pero como eso no se compra…
En fin, soñar con los cambios es gratis, al menos de momento, y toca dejar volar la imaginación y escuchar a Belén Esteban gritar “I’m Muzzy, big Muzzy”. Sería divertido, aunque perdería parte de su valor educativo.
Isma
¿Y por qué?
Peor aún es cuando el culpable no es el orgullo sino el cansancio y la pereza. Entonces nos acomodamos a que sea el resto quien invente por nosotros. Nos aburre defender nuestros argumentos, bostezamos ante el desarrollo de los ajenos y, para evitarnos molestias, abanderamos la pasividad. A veces, esta pasividad interior hace que se intenten imponer las ideas supuestamente propias e inamovibles al resto, por eso de que le dejen a una tranquila. Suele manifestarse en imperativos negativos, que por lo general son contraproducentes, ya que hacen que los receptores nos reafirmemos en nuestra teoría e impulsemos aun más nuestra iniciativa. Y es que, como me confió una pared de Logroño, los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo.
Lía
miércoles, 5 de mayo de 2010
Yo secuestré al novio de Falete
Me encojo de hombros y sigo navegando, al fin y al cabo no hay que dejar que el nivel de hipocresía decaiga, mientras pienso vagamente en lo que no hago. Un grupo de Facebook me ayuda a concretar: “Yo también quiero viajar por el mundo”. Entonces mi mente vuelve a perderse en imágenes, esta vez con escenario en África. Juego con unos niños en un patio arenoso. Entre empujones y risas, uno de ellos se cae y se hace un rasguño. Con el agua de la fuente y un tono medio reprobatorio, le lavo la herida. Rápido, que ya es la hora. Nos encontramos con la puerta del aula cerrada. Qué extraño. Busco en mi bolso la llave, todos los profesores tienen una. Al girarla, se rompe. Abrazo al pequeño sin saber cómo mentirle que no hay nada que temer, que todo va a ir bien. Me encuentro con una mirada ahogada en cansancio. De pronto, sonríe torpemente y se separa de mí. “No te preocupes”, se despide. Intento llamarle, pero sólo tecleo. Anular “x”, corazón “D”.
Lía
Letra W
La letra W estaba sola,
marginada por sus hermanastras.
Desde sus sillones se mofaban
de su condición foránea.
“Why?”, se preguntaba ella
en sus largas noches en un bar
bebiendo whisky, tratando de olvidar
la maldición de ser siamesa.
Un día, alguien la abrazó.
“Who?”. La respuesta le hizo sonreír: LLo.
(Poema original en los comentarios)
Isma