domingo, 16 de mayo de 2010

Tengo una mandarina

Semanas y un currículum. Lo sentimos, pero no; y un segundo. Este bucle ya no me marea, acostumbrada a su razonable inercia. Hasta le divertía el malabarismo diario de su cartera. ¿Que me apetece ir al cine? Siempre había algún amigo con dvd’s… o una mula. Por qué meterse en un bar, el sol se disfruta más en un banco. ¿Aeróbic 30€? Correr por el Antiguo no tiene precio. Incluso se había vuelto previsora, comida en el bolso.

Pero llegó el momento y no pudo pagar el billete. Todo se derrumbó. Estaba en una isla, una cárcel, la peor de todas: su casa. En las ventanas, barrotes. En las puertas, peaje. En el sótano, fantasmas. Quiso tener cierto dominio sobre la situación, así que se encerró en su cuarto. Al ritmo de las horas se enfrentaban hambre y apatía. Ya no quedan suelas de zapatos. De repente, un brillo. En el perchero había madurado un fruto, que ahora rodaba a sus pies. Al menos tengo una mandarina, sonrió. Una brisa, la ventana abierta. Y con ella, el horizonte. Parpadeó ante la luz que desvelaba la realidad de su dormitorio: estoy rodeada de principio.
Entonces supo que lo poseía todo.


Lía


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