sábado, 29 de enero de 2011

Mad world

Y, estrepitosamente, la maceta se quebró. Yo lo vi desde la acera. Un rayo fulminó el escaparate y ese bonsái de tímida apariencia se desperezó en un estruendoso crujir de la cerámica, lenta, sí, pero decididamente. Ese árbol, tan pequeño, adquirió fugazmente una majestuosidad de la que nadie le hubiera creído capaz. Los cactus lo miraban sorprendidos. Ni siquiera su aspecto amenazante podía ya competir con la fuerza del bonsái. Los geranios sonrieron ante esa sonora victoria que siempre habían sospechado. Esos rebuscados giros en las ramas no podían haber sido concebidos más que por algo grandioso. Y ese algo estaba dejando el negocio. La mirada atónita de los girasoles siguió sus últimos pasos antes de que se perdieran en el horizonte. Nunca nadie en esta acera supo qué fue del bonsái. Unos dicen que alcanzó mundos lejanos donde mostrar su valía; otros, que la falta de agua puso fin a su viaje. Lo único que puedo deciros es que ese día lloré por primera vez. Y la gente pronto se precipitó a coger la savia que cantaba mi pasión.

domingo, 23 de enero de 2011

Sombra



Elegía su sombra de ojos según el pronóstico del tiempo. Todos admiraban el cuidado con que escogía a diario cada color. Su eficacia era lo que la diferenciaba y alzaba sobre el resto. Ella lo sabía. Cada mañana era consciente de la importancia de su elección. Y cada noche sonreía satisfecha por el éxito obtenido. Ese día, una mala iluminación de las sombras, un fallo en el pronóstico o quizás la falta de concentración en el proceso fueron tal vez los culpables de aquella tediosa carcajada. Nunca lo supo. Tan sólo alguien se percató de que ese tono no era el adecuado y lo comentó con todos, orgulloso de ser el primero en atestiguar el error de quien, creía, rozaba la perfección. Y así, una carcajada general la derribó. Tranquila, le decían, eso le puede pasar a cualquiera. Esas bobas sonrisas la acompañaron toda la jornada. Pisotear a quien han vitoreado les llena de placer. Pasó la noche en vela, entre cálculos y pronósticos, entre tonos y furia. Aunque supiera lo que debía ponerse en unas horas, ¿qué pasaría si se equivocaba de nuevo? Una vez perdido su rasgo más propio, tanto identidad como dignidad pasarían a formar parte del pasado. No sería nadie. Y nadie la respetaría. No, no podía permitírselo. Pero, ¿qué hacer?... ¡Ya amanece! La fuerza del rojo vencía lentamente al negro en ese horizonte que presenciaba, sin prisa, su derrota. Sí, él también se burla… Correría el riesgo. Al llegar donde el resto, le temblaban las piernas y un tic se había apoderado de su párpado izquierdo. La situación no podía ser más patética. Las primeras miradas denotaron indiferencia. No era malo, pero tampoco era lo que quería. Así que se arriesgó y fue directa a su antiguo delator, él no le mentiría. Se examinaron durante unos intensos y fulminantes segundos. Entonces él sonrió, triste. ¡No podía ser cierto! ¡Había fallado de nuevo! Rápidamente, él le guiñó un ojo cómplice, prometió silencio. ¿Qué? Era peor de lo que jamás se hubiera imaginado: él sentía lástima. Y, de enterarse, también lo haría el resto. Decidió actuar. Esta vez eligió colorear su miseria: no paró hasta que sus ojos quedaron completamente teñidos por el frío metal de las tijeras.

domingo, 16 de enero de 2011

my baby just cares for me



La sombra se iluminó. Era la quinta vez aquella noche. Se había visto obligada a dormir en el cuartucho de las criadas. Desde hacía varios días, una oleada de robos sembraba el pánico en el barrio y según su marido, ése era el cuarto más seguro de la mansión, puesto que ningún ladrón se molestaría en registrarlo. Pero aquel parpadeo repentino le ponía nerviosa. ¿Era el reflejo de la luna? ¿O tal vez una linterna husmeadora? No, su imaginación le estaba jugando una mala pasada, seguro. Y entonces se sumó un crujir lánguido de madera vieja. Se sobresaltó. Alguien se acercaba a la puerta con sigilo. Un tintineo. El rasgar de la cerradura. No abre. Prueban con otra llave. Y otra. Al miedo le siguió el pánico. ¿Por qué? ¿Por qué tienen que entrar aquí? ¿Es que no me pueden dejar tranquila? Se precipitó hacia la ventana, pero no logró abrirla. ¿Qué ocurre? ¿Dónde están mis zapatos? Mi marido me ha engañado, ¡esto es una trampa! Entonces, se le ocurrió una brillante idea: golpearía las paredes con todos los objetos de la sala, algo lograría. Soltó una carcajada triunfante y se dispuso a buscar, pero… ¿quién se había llevado las sillas? ¿Y el tocador? ¿Dónde estaba el armario? Giró sobre si misma, desorientada, descubriendo que no había más que una humilde cama. ¿Pero qué es esto? ¡Él ha pensado en todo! ¡Y decía que era por mi bien! La llave correcta empezó a girar. Pues si hace falta, ¡lo intentaré con mis propias manos! Con todas sus fuerzas y llantos, golpeó sus puños contra las paredes, sin importarle las heridas, una y otra vez. Algo fallaba. No sentía dolor. No, aquella pared no era… ¡qué raro!

El médico dejó pasar primero al enfermero quien, jeringuilla en mano, corría a aliviar el nuevo brote de histeria de la paciente.


martes, 11 de enero de 2011

Shitfaced


No me digas que no es nada. Toma, bebe un poco conmigo, que quiero agradecértelo. Puede que no sea del bueno, pero ayuda a entrar en calor. Sí, es un invierno jodidamente frío. Hasta las palomas se mueren por las calles. Mucha gente se alegra de eso, ya sabes, una plaga menos. No sé, a mí me dan pena. Míralas, no son tan feas. Y vuelan… Lo que daría yo por ver todo este basurero desde ahí arriba. De cerca todo pierde, ¿no crees? Menos el mar. Mierda, se me ha vuelto a apagar, ¿te importa? Las ratas, esas sí que dan asco. Y son listas. Vaya si lo son. Hay que andarse con cuidado o acaban con tu comida. Aquí no le importas a nadie… ¿Ya tienes que irte? Sí, supongo que te esperan. No te preocupes, es lo normal. Yo me quedo aquí, con mi mantita. Te recordaré. Si algún día vuelves a pasar, no olvides que me debes un trago. Defenderé esta esquina para que no te equivoques. Y acabaré con esas ratas, para que no te molesten.