domingo, 23 de enero de 2011

Sombra



Elegía su sombra de ojos según el pronóstico del tiempo. Todos admiraban el cuidado con que escogía a diario cada color. Su eficacia era lo que la diferenciaba y alzaba sobre el resto. Ella lo sabía. Cada mañana era consciente de la importancia de su elección. Y cada noche sonreía satisfecha por el éxito obtenido. Ese día, una mala iluminación de las sombras, un fallo en el pronóstico o quizás la falta de concentración en el proceso fueron tal vez los culpables de aquella tediosa carcajada. Nunca lo supo. Tan sólo alguien se percató de que ese tono no era el adecuado y lo comentó con todos, orgulloso de ser el primero en atestiguar el error de quien, creía, rozaba la perfección. Y así, una carcajada general la derribó. Tranquila, le decían, eso le puede pasar a cualquiera. Esas bobas sonrisas la acompañaron toda la jornada. Pisotear a quien han vitoreado les llena de placer. Pasó la noche en vela, entre cálculos y pronósticos, entre tonos y furia. Aunque supiera lo que debía ponerse en unas horas, ¿qué pasaría si se equivocaba de nuevo? Una vez perdido su rasgo más propio, tanto identidad como dignidad pasarían a formar parte del pasado. No sería nadie. Y nadie la respetaría. No, no podía permitírselo. Pero, ¿qué hacer?... ¡Ya amanece! La fuerza del rojo vencía lentamente al negro en ese horizonte que presenciaba, sin prisa, su derrota. Sí, él también se burla… Correría el riesgo. Al llegar donde el resto, le temblaban las piernas y un tic se había apoderado de su párpado izquierdo. La situación no podía ser más patética. Las primeras miradas denotaron indiferencia. No era malo, pero tampoco era lo que quería. Así que se arriesgó y fue directa a su antiguo delator, él no le mentiría. Se examinaron durante unos intensos y fulminantes segundos. Entonces él sonrió, triste. ¡No podía ser cierto! ¡Había fallado de nuevo! Rápidamente, él le guiñó un ojo cómplice, prometió silencio. ¿Qué? Era peor de lo que jamás se hubiera imaginado: él sentía lástima. Y, de enterarse, también lo haría el resto. Decidió actuar. Esta vez eligió colorear su miseria: no paró hasta que sus ojos quedaron completamente teñidos por el frío metal de las tijeras.

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