sábado, 29 de enero de 2011

Mad world

Y, estrepitosamente, la maceta se quebró. Yo lo vi desde la acera. Un rayo fulminó el escaparate y ese bonsái de tímida apariencia se desperezó en un estruendoso crujir de la cerámica, lenta, sí, pero decididamente. Ese árbol, tan pequeño, adquirió fugazmente una majestuosidad de la que nadie le hubiera creído capaz. Los cactus lo miraban sorprendidos. Ni siquiera su aspecto amenazante podía ya competir con la fuerza del bonsái. Los geranios sonrieron ante esa sonora victoria que siempre habían sospechado. Esos rebuscados giros en las ramas no podían haber sido concebidos más que por algo grandioso. Y ese algo estaba dejando el negocio. La mirada atónita de los girasoles siguió sus últimos pasos antes de que se perdieran en el horizonte. Nunca nadie en esta acera supo qué fue del bonsái. Unos dicen que alcanzó mundos lejanos donde mostrar su valía; otros, que la falta de agua puso fin a su viaje. Lo único que puedo deciros es que ese día lloré por primera vez. Y la gente pronto se precipitó a coger la savia que cantaba mi pasión.

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