martes, 5 de abril de 2011

Workaholic

Ésta será la última, decías. Y yo te esperaba, contando las horas en silencio para no despertar a los niños. Sí, puede que al principio fuera necesario: era dinero fácil y acechaba el hambre. Un par de encargos y seremos ricos, asegurabas. Nunca quise conocer los detalles, simulaba no darme cuenta de tus gritos a medianoche y limpiaba sin preguntas el vómito que te producía la sola visión de un filete crudo. Ni siquiera lloré cuando olvidaste mi nombre. No eras tú, esas salidas te iban matando poco a poco. Lo hago por vosotros, mentías. Entonces empezó a acumularse comida en la alacena y te pedí que lo dejaras, ya era suficiente. Pero tú y esa ambición de sangre y gloria… Estabas enfermo. Yo tenía que curarte, ¿lo entiendes? Quería vernos a todos juntos de nuevo. Así, ¿lo ves? Ahora los niños pueden besar tus párpados helados.


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